viernes, 29 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" XXVII

Con envidiable calma escuchó Mark a su superior jerárquico, para finalmente responder:
“Señor: Soy consciente de mi responsabilidad y cometido laboral ante Vd. y, a ello me atendré durante todo el tiempo que permanezca al servicio de la Compañía. En cuanto a mi vida privada, sólo me siento responsable ante Dios primero y, después, ante quien mi libre voluntad, se acomode.
Sé que su tiempo es muy valioso y requerirán su atención asuntos más importantes, de modo que, si no tiene nada más que añadir, sobre mi trabajo, me temo debo marchar”.

El General Manager no pudo iniciar ni un leve gesto de despedida. Su cara no tenía color, aunque la pigmentación de su piel era lívida, probablemente por un esfuerzo de contenida ira. Ni siquiera notó que la puerta se había cerrado tras la marcha del Ingeniero.
La frase empleada como “coloquial” por Mr. Barry, citando tempestad en taza de té, se había trocado en “violento huracán abatido sobre Bella Vista”, por el “caso McGregor”, impulsado por Mrs. Penny, y figurando como teniente de la cruzada, Mrs. Lowers.
Pero es que el “caso” quedó descubierto una semana después, por el inocente proceder de Emeteria, cuando a la vuelta del Juzgado de Nerva, los recién casados, Elvira y Mark, la pusieron en antecedentes de la situación y requirieron su colaboración para contratar a una nueva sirvienta.

Cumplido conocimiento del casamiento civil, lo obtuvo Mr. Barry a través de la nota, reservada, que le hizo llegar el Jefe de Guardas, Segundino Botavieja, quien sostenía a un grupo de confidentes en Nerva, “para todo lo que fuese preciso”.

Las señoras de la colonia estaban alteradísimas y habían dado ostensibles muestras de desafecto a McGregor, haciéndose las distraidas para no corresponder al saludo en su encuentro. Por otra parte, norma muy socorrida en Rio Tinto, desde tiempo inmemorial y que tan lamentablemente arraigada quedó, siendo sustiuída por el hipócrita dicho de: “!Me alegro de verte¡”, mientras se simula, andando, andando, sin pararse, una falsa prisa,

1 comentario:

  1. Pasadas un par de semanas, Mark constató un singular enrarecimiento en el reducido entorno en el que se movía en Bella Vista.. No era miembro asiduo del Club y en contadas ocasiones acudió a los servicios religiosos de la Capilla, cuyo ritual difería de la Iglesia Reformada Escocesa, en la que fue educado.
    No tuvo que esforzarse para concluir el motivo de la toma de postura de sus compatriotas e intentó anticiparse a cualquier sinsabor que le fuese causado a Elvira, eje de su recién estrenada felicidad. Sin dudarlo, pidió una entrevista con Mr. Barry.
    En ella le informó de de su intención de marchar a vivir fuera de Bella Vista, “por razones personales”, por consiguiente, dejaba el bungalow a su disposición.
    El sustraer el posible futuro motivo de represalia al Director,, aumentaba en éste su resentimiento hacia él, pero hizo un sobrehumano esfuerzo.
    Sabía Mr. Barry cuánto se valoraba en Londres al Ingeniero que dirigía la Corta y, hubiese sido torpe poner trabas para provocar una indeseada dimisión a quien, en el campo laboral, nunca presentó problemas de tipo técnico. De modo que, hipócritamente, argumentó la escasa comodidad que podría encontrar fuera del barrio inglés, pero respetando “las razones personales” expuestas, “lamentaba” la decisión tomada.
    MacGregor, a quien no escapó la doblez de intenciones de su superior, respondió matizando que, en sus preferencias personales, tenía prioridad la comodidad espiritual a la material.
    Así, Elvira y Mark, marcharon a vivir a una antigua y hermosa casa en Zalamea desde la que él se desplazaba, diariamente a su trabajo, en el ferrocarril de la Comp. respirando aires de libertad y ocupando sus horas libres en cultivar el espléndido jardín-huerto que poseía la casa, alternándolas, a veces, con paseos por el no lejano lugar del Romerito.

    No fueron muy tolerantes, con el proceder de McGregor, sus compatriotas de la colonia.
    Había ignorado el stablishment de la sociedad a la que pertenecía y eso no obtenía fácil perdón.

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