domingo, 10 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" XII

Tampoco estaban exentos de preocupaciones los trabajadores del establecimiento minero.
En España, -aunque neutral en el conflicto bélico- se dejaban sentir sus repercusiones económicas y, concretamente en Rio Tinto, la carestía de los alimentos de primera necesidad se hacía insostenible en relación con los jornales devengados por la mayoría obrera.
Cierto que la Compañía intentaba enmascarar los salarios pagados a sus empleados, con la moderada reducción de los artículos vendidos en sus propios almacenes, pero esas medidas no eran suficientes para mitigar el generalizado malestar de estos, cuya situación económica suponía pesada carga aprovechada por el sindicalismo más audaz, instigando a la clase proletaria a exigir mejoras más justas, en ocasiones, de forma no pacífica.
Era evidente que la intransigencia de Mr. Barry, en sus escasas reuniones con los representantes de los Sindicatos, a quienes se negaba a reconocer como tales, excitaban los ánimos y proyectaban aversión general sobre él y su Staff. Prueba de ello, es que había sido agredido el año anterior, con el resultado de muerte el Jefe de los Talleres, Mr. Lindon, por un desempleado, al negarle colocación en la Empresa.
En fin, todo era propicio para enrarecer un clima de creciente inestabilidad en la zona.

En la amplia remembranza de los anteriores años vividos, Mark, observó como el cigarrillo se consumió é, igualmente notando que, al correr de la mañana subía la temperatura, de manera indolente, abandonó la marquesina adentrándose en el interior de la vivienda.

Acostumbrado a vivir su soltería sin preocupación de detalles domésticos, de los cuales siempre se habían ocupado sus sirvientes, nunca reparó en las casas que habitó.
Fue, precisamente en esta de Bella Vista, en la que la cocinera Emeteria (nombre con el que, probablemente, recae el castigo hacia los hijos no deseados) y Elvira, gobernaban, según su buen hacer y entender.
Eme, -que así le llamaban las almas caritativas, al dirigirse a ella- era oriunda de Lugo y con 4 hijos a su cargo, se veía en la necesidad de trabajar, para complementar el jornal de los dos mayores que sí lo estaban, aunque los ingresos como pinches,
escasos.
Su especialidad culinaria era el pote gallego, que a falta de grelos, sustituía con repollo y, sobre todo, una peculiar especie de pollo al curry, menú que al ser conocido previamente por los invitados a degustarlo, salvaba a los anfitriones de cualquier casa donde ella cocinara, de contraer futuros compromisos.
Por lo demás, era una buena mujer cuya única obsesión la ocupaba la limpieza de SU cocina.

1 comentario:

  1. La zalameña Elvira, era de tejido más delicado. Por eso, quizás y, tal vez, por la sensibilidad y exquisito gusto que ponía en cada punto de su trabajo, no se podía dejar de notar.
    En la pared de aquella casa, donde había un cuadro, ella lo colocó; donde un florero, lo ocupó con rosas; con sencillas cortinas cubrió los ventanales y, hasta la disposición del escaso mobiliario, lo dispuso con la aprobación de Mark.

    Con ocasión de un tea-party, fueron invitados por él, a su casa, los matrimonios compatriotas, Wilson y Penny.
    El té lo sirvió Elvira, con elegancia tal, que causó admiración a la Sra. Wilson y complacencia en Mrs. Penny, esta última por haber acertado en la recomendación. La primera no regateó alabanzas sobre la joven, cuando ella se retiró. Comentario que fue atentamente seguido, sin respuesta alguna, pero con interior satisfacción por el anfitrión.

    No obstante, era la única aportación a la tertulia que hizo la Sra. Wilson pues, evidentemente, la que llevó todo el “peso” de la conversación fue la infatigable Sra, Penny, no privándose de emitir su opinión en tan dispares temas como, el transcurso de la guerra, las pocas noticias que se recibían en la colonia de los empleados de la RTCL, luchando en los frentes, los rosales y plantas que ya arraigaban en los jardines de Bella Vista, la prohibición impuesta por Mr. Barry para que no se llevasen ni perros ni gatos a las viviendas de Punta Umbría y la numerosa cantidad de calcetas, confeccionadas por las señoras de los miembros del Club, para enviar a los combatientes británicos, a través de la Cruz Roja.
    Sufridamente, su esposo se limitaba a introducir, con timidez y de forma espaciada en el descarado monólogo, los monosílabos: “Yes, of course¡” ó “I think so¡”. Al parecer, era lo más que ella le permitía.

    Para Mark, resultó ser aquella reunión, semejante a otras a las que había asisitido en calidad de invitado, infinitamente aburrida y bendijo el momento en el que marcharon. Fue entonces cuando, nuevamente, entró Elvira en la sala, para recoger
    el servicio.

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