jueves, 21 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" XXI

Uno de aquellos días, al regresar a casa y llegada la hora del té, que habitualmente era servido por Elvira, notó que rodaban por la sonrosada cara de ésta, unas lágrimas difíciles de contener.
Al ser preguntada por lo que parecía un infrecuente disgusto, Mark tomó un pañuelo de su bolsillo y , con delicadeza, secó el rostro de Elvira a la vez que, tratando de calmarla, acarició sus cabellos, ejerciendo un autocontrol que reprimía sentimientos más íntimos.

Ya tranquilizada, la joven zalameña, le comentó que uno de los Guardas de la Compañía, había estado en la casa, indicándole a Emeteria debía presentarse al Jefe Principal de los Guardas. Cumplido lo cual, aquél le dijo sería registrada su casa, en Alto de la Mesa, donde sospechaban que uno de los hijos de la cocinera, escondía una válvula de bronce, o algo así, sustraída del Departamento donde el chico trabajaba.
Mal asunto. Si se comprobaba, con certeza, el causante sería inmediatamente despedido y puesto en prisión. También lo sería un hermano menor del autor del robo y la madre debería abandonar su empleo en Bella Vista.
Elvira, que quería a su compañera de trabajo, con todo el alma ,estaba angustiada por el sufrimiento y llanto de esta, en tanto creía en la inocencia del chico.

Manolo Puente era el Capataz Mayor de la Corta del Pueblo que, además, gozaba de la confianza de Mark, quien acudió a él para, tras ponerle al corriente de tan molesto asunto, solicitarle su opinión.
Puente, con la sinceridad con la que se hizo acreedor de la confianza del escocés, le dijo que, si los Guardiñas de la Compañía (diminutivo, coloquialmente usado pos los trabajadores, mayoritariamente gallegos, de Rio Tinto) componentes del detestado cuerpo, sospechaban del hijo de su sirvienta, seguro que el seguimiento del “asunto” estaba siendo manejado por el poderoso Jefe de estos, D. Segundino Botabaja y, tal vez, lo más derecho sería visitarle en el despacho que tenía junto a las cuadras de la Compañía, caserón vecino de la misma Bella Vista.
Continuó, Puente, describiéndole la personalidad del tal Don Segundino
El título que se anteponía al nombre (Don) lo empleaban la gente de Rio Tinto, muy dadas a motejar y, en muchos casos, para estimular la vanidad de determinados individuos que, aún careciendo de título nobiliario y hasta universitario, competían con el cantoneo de un pavo real, cuando a ellos se dirigían, sin caer en la cuenta de ser motivo de cruel, aunque incruenta burla. El mote era muy común allí.
Mark, no comprendía el significado de ello, pero finalmente, exclamó: “!Oh, Yes,!...nickname¡ ¡Thank you¡

1 comentario:

  1. Manolo Puente sabía que D.Segundino Botabaja era oriundo de un pueblo extremeño cercano a la frontera portuguesa y, desde hacía años, vivía en Rio Tinto. Aunque de siempre fue elemento “incondicional” de la Compañía que, entre otras recompensas por los fieles servicios prestados, le hizo Alcalde de un pueblo cercano. No recordaba si fue Campofrío.
    Individuo de pocos o ningún amigo, tenía un carácter hosco y reservado que sólo se abría cuando, como leal perro de presa, conseguía denunciar cualquier hurto ó manifestación desafecta a los intereses de la poderosa RTCL., recurriendo con halagos, amenazas u otros métodos coactivos, intentando obtener información que complementase la conducta o el delito cometido.

    Mark agradeció los informes reservados del Capataz y resolvió, seguidamente, hacer una visita al Sr. Jefe de Guardas.
    D. Segundino lo recibió de inmediato mostrando su servil condición en ser honrado con la presencia de un Jefe de Departamento minero, suceso no habitual puesto que, en el nomenclátor de la Empresa, esté ultimo tenía una categoría muy superior a la de él.

    El tétrico despacho de que disponía, era reflejo de la personalidad de su ocupante.
    Sobre la tosca mesa, llamaba la atención, un puñado de papeles pisados por una bomba de mano de las llamadas “piña” y, cercanos, dos descomunales tinteros, de negro y rojo líquido, así como desgastada carpeta de hule negro tan común en oficinas decimonónicas.
    El más que austero mobiliario lo componían, desvencijada vitrina conteniendo 5 o 6 escopetas de las llamadas tercerolas, un sillón con espaldar de madera y 3 sillas con posaderas de enea.
    La chimenea de leña, entonces apagada, impregnaba a la habitación de acusado olor a vieja madera quemada y completaba la decoración, un almanaque de la Union Española de Explosivos pendiendo de la encalada pared.

    Cruzado frío saludo, sin más, Mark pasó a pedirle información sobre la visita girada a su casa, -mientras él ausente- por uno de sus subalternos que, además, salió acompañado de la cocinera.
    La interpelación, acompañada de seria mirada, fue recibida por Don Segundino con fingida humildad y respondida en tono apaciguador y meloso de la siguiente manera:
    :
    “Siento mucho, Mr. McGregor, este lamentable incidente, debido a la confusa confidencia que habíamos recibido sobre el hurto. Nos indicaban, tratábase de un muchacho de características parecidas al hijo de su cocinera y ¡claro está¡ nosotros, siempre dispuestos a velar por los intereses de la Compañía, hacemos las comprobaciones necesarias.
    En el caso que nos ocupa, no ha sido preciso seguir más adelante, porque nuestros eficaces servicios han dado con el delincuente, jugador empedernido, sin nada en común con el hijo de su sirvienta quien, por otra parte, sabemos es persona de orden. Es decir, Mr. McGregor que, ¡aquí no ha pasado nada¡”

    El escocés le espetó secamente: “!Thank you¡. Espero que si de nuevo piensan hacer una visita a MI CASA, tengan la cortesía de anunciármelo, previamente”.
    Las dos últimas palabras las pronunció de forma lenta y espaciada….

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