Manolo Puente sabía que D.Segundino Botabaja era oriundo de un pueblo extremeño cercano a la frontera portuguesa y, desde hacía años, vivía en Rio Tinto. Aunque de siempre fue elemento “incondicional” de la Compañía que, entre otras recompensas por los fieles servicios prestados, le hizo Alcalde de un pueblo cercano. No recordaba si fue Campofrío.
Individuo de pocos o ningún amigo, tenía un carácter hosco y reservado que sólo se abría cuando, como leal perro de presa, conseguía denunciar cualquier hurto ó manifestación desafecta a los intereses de la poderosa RTCL., recurriendo con halagos, amenazas u otros métodos coactivos, intentando obtener información que complementase la conducta o el delito cometido.
Mark agradeció los informes reservados del Capataz y resolvió, seguidamente, hacer una visita al Sr. Jefe de Guardas.
D. Segundino lo recibió de inmediato mostrando su servil condición en ser honrado con la presencia de un Jefe de Departamento minero, suceso no habitual puesto que, en el nomenclátor de la Empresa, esté ultimo tenía una categoría muy superior a la de él.
El tétrico despacho de que disponía, era reflejo de la personalidad de su ocupante.
Sobre la tosca mesa, llamaba la atención, un puñado de papeles pisados por una bomba de mano de las llamadas “piña” y, cercanos, dos descomunales tinteros, de negro y rojo líquido, así como desgastada carpeta de hule negro tan común en oficinas decimonónicas.
El más que austero mobiliario lo componían, desvencijada vitrina conteniendo 5 o 6 escopetas de las llamadas tercerolas, un sillón con espaldar de madera y 3 sillas con posaderas de enea.
La chimenea de leña, entonces apagada, impregnaba a la habitación de acusado olor a vieja madera quemada y completaba la decoración, un almanaque de la Union Española de Explosivos pendiendo de la encalada pared.
Cruzado frío saludo, sin más, Mark pasó a pedirle información sobre la visita girada a su casa, -mientras él ausente- por uno de sus subalternos que, además, salió acompañado de la cocinera.
La interpelación, acompañada de seria mirada, fue recibida por Don Segundino con fingida humildad y respondida en tono apaciguador y meloso de la siguiente manera:
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“Siento mucho, Mr. McGregor, este lamentable incidente, debido a la confusa confidencia que habíamos recibido sobre el hurto. Nos indicaban, tratábase de un muchacho de características parecidas al hijo de su cocinera y ¡claro está¡ nosotros, siempre dispuestos a velar por los intereses de la Compañía, hacemos las comprobaciones necesarias.
En el caso que nos ocupa, no ha sido preciso seguir más adelante, porque nuestros eficaces servicios han dado con el delincuente, jugador empedernido, sin nada en común con el hijo de su sirvienta quien, por otra parte, sabemos es persona de orden. Es decir, Mr. McGregor que, ¡aquí no ha pasado nada¡”
El escocés le espetó secamente: “!Thank you¡. Espero que si de nuevo piensan hacer una visita a MI CASA, tengan la cortesía de anunciármelo, previamente”.
Las dos últimas palabras las pronunció de forma lenta y espaciada….
MI VIEJO BLOG
Hace 5 meses
De regreso a casa halló a Eme y Elvira completamente felices por el buen término del incidente.
ResponderEliminarNadie supo cómo, pero Mrs. Penny se enteró y –como de pasada y, simulando poca importancia- comentó en una tertulia del club el anedóctico caso, añadiendo un comentario, enfatizando la rapidez para solucionar tan “pequeña molestia”por parte de Mark, pues al fin, sólo se trataba de haberla padecido una sirvienta….
“Insólito, nunca ocurrió algo parecido que fuese tratado con tanta consideración entre el servicio de Bella Vista.” –Dijo-, atizándose una colmada copa de ginebra que puso fin a su intervención.
Del mismo modo que cualquier “novedad” que sucedía en la colonia, por pequeña que fuese, también Mr. Berry fue informado puntualmente. Lo que más molesto le resultó es que Mark se hubiese interesado ante un Jefe español, cuando lo correcto hubiese sido llamarle a él, pero guardó silencio.
Aunque suceso algo olvidado con el paso de semanas, el ambiente y lugar donde se produjo, no lo fue para Mark. No consiguió apartar de su mente detalles muy personales que, además, le producían sensaciones de dudas y gozo.
Autoanalizándose, reconocía la frialdad de sus reacciones –propia de la idiosincrasia escocesa- ante situaciones temperamentales, pero en las que el sentimiento natural prevalece sobre cualquier otro. Ese era y, no debía confundirse, el motivo de su joven inquietud.
Realmente;¿Qué le indujo a enjugar las lágrimas de Elvira?...¿Pena?...¿Compasión?
…¿Lástima?.¿Qué sintió al acariciar el cabello de aquella mujer, algo más joven que él mismo y que al tener físicamente cercana, era transmisora de algo más que tibieza?
…¿Protección?...¿Deseo?...!No, exactamente¡…Pero sí, todo a la vez.
Se contestaba a sus propias preguntas, respondiéndose, no se las formularía ahora si,
con naturalidad, la hubiese besado sin más.
En imaginaria balanza, sopesaba el tremendo “atractivo” –si así podría llamarse- que ejercía sobre él, Elvira, por un lado. El contrapeso lo aportaba el entorno social de Bella Vista, del que formaba parte, con sus inamovibles perjuicios, comprendidos en un estatus de inevitables connotaciones racistas celosamente observado, sobre todo, por las señoras de los residentes que veían con aversión cualquier interrelación con otros grupos de nacionalidades ajenas a la británica.
Algo conocía, por sus anteriores estancias en Africa del Sur e India, de ese tipo de casos que se daban en las colonias de ultramar, tratados sin embargo de diferente forma, en la misma Inglaterra.