sábado, 9 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" XI

Al siguiente día de su entrevista con el Director, Mark se incorporó a su destino a las 6 horas de aquella mañana, ciñéndose al inflexible horario que regía en todo el establecimiento minero.
La panorámica que se ofrecía a su vista, desde el primer nivel donde lo contemplaba, era algo más que espectacular. Las bancadas de la Corta Sur ó, llamada comúnmente, Corta del Pueblo, comenzaban a mostrar sus distintos coloridos saludando a los madrugadores rayos del sol naciente.
La mirada se detenía, ora en las máquinas de vapor transportando continos (vagonetas) de mineral, ora en los numerosos trabajadores, cargándolas; saneadores colgados desde niveles superiores pendiendo de gruesas maromas, martillos automáticos y, sobre todo, los diferentes sonidos emanados del enorme anfiteatro que, se abría a las faldas del llamado Cerro de Salomón.

Paulatinamente iba haciéndose con el cometido de su departamento, a la vez que familiarizándose con el idioma castellano que tan preciso le era.

Escasamente, al mes de su llegada, recibió en su casa de Bella Vista, la llamada telefónica de Mrs. Penny comunicándole la noticia del suicidio de otro Ingeniero inglés, quien se había descerrajado un tiro en su propia casa.
Ocurrió un día de junio cuando en el pueblo “los nativos” celebraban una pintoresca fiesta, introducida por los trabajadores portugueses, llamada “el Pirulito”. Nadie podía dar explicación a este lamentable suceso, pero ella creía estar en lo cierto echando toda la culpa al endemoniado licor que se fabricaba en la vecina Zalamea.
La Sra. se esforzaba en hacer creer a toda la colonia que el desafortunado compatriota había salido de su casa para dar un paseo nocturno y, casualmente, algún trabajador, conocido por el suicida, le invitó a conocer “el Pirulito” donde debió ingerir demasiado “aguardiente” lo cual le produjo desequilibrio mental.
Como el pobre inglés tenía sellada su boca por el plomo, nada se aclaró.
Lo que sí intuía la gente sensata de la colonia era que, Mrs. Penny conocía muy a fondo toda la verdad que motivó el luctuoso suceso que se pretendía ahogar en alcohol, pero jamás salieron de su boca otros comentarios que no fuesen su teoría inicial. Quizás fue la única ocasión de su vida en la que se mostró prudente.
El funeral oficiado en la capilla presbiteriana, servido por el Rvd. Reynold, éste le introdujo el versículo de San Lucas, 8.17 (“Nada hay oculto, que no haya de ser manifestado”…et.)
Únicamente un imperceptible pestañeo alteró el rostro de Mrs. Penny al escuchar el sermón.

Aunque las múltiples versiones del suceso fueron apagándose según pasaba el tiempo, pesimista pasaban los días para los ingleses residentes en Bella Vista é, igualmente, para los que vivían en la calle Méndez Núñez, barrios de San Dionisio, Vista Alegre, Naya y Marín quienes leían los periódicos, llegados desde Inglaterra, con noticias del desarrollo de la terrible guerra en la que se extendían frentes tan dispares como, Gallipoli, Somme, Verdun, Marne, etc. y donde participaban compañeros de la Rio Tinto Company Ltd.

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