martes, 12 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" XVI

Al concluir el trabajo, Mark fue invitado a cenar por Mr. Barry a la Casa de Consejo, residencia habitual del Director y su familia.
No era frecuente se prodigase este tipo de deferencias a los miembros del Staff, quienes si alguna vez el hecho se producía, solían referirlo reiteradamente en sus tertulias y encuentros en el Club, sin que la señora del agasajado olvidase de comentarlo (simulando no darle importancia) a la servidumbre, conociendo era el conducto más seguro para que se supiese en toda Bella Vista.
El último método de transmisión intencionado, lo ponía en marcha la señora invitada, al comentar en la cocina de su propia casa, un tanto distraídamente: “!Oh¡…me olvidaba. Por favor, no preparen cena esta noche, ni para el señor ni para mi, porque lo haremos en la Casa de Consejo. ¡Gracias¡”
Suficiente, para que el efecto tuviese idéntico eco, al de un potente tam-tam, en plena selva africana.
En aquella sociedad, -aún más que en la actual- se valoraban gestos y apariencias que se traducían en abrillantar el “status” personal.

Acudió el invitado escocés, vistiendo elegante smoking y rigurosa puntualidad.
Una sirvienta le condujo a la sala donde un cortés Mr. Barry presentó a su señora, que ya departía con otro conocido matrimonio.
Fácilmente se estimaba la diferencia de edad en unos 15/18 años, más joven que su esposo. Su acento, sin duda, galés. Frecuente sonrisa, cabello tenuemente, pelirrojo, con ojos de intenso azul y tierna mirada, edulcoraban la sensación de distancia personal que desprendía. Impenitente aficionada a la ornitología, había conseguido llenar el amplio jardín de aquella casa de pequeños refugios de madera, con nidos provistos de semillas, para que los pajarillos pudiesen encontrar acomodo.
Sufría mucho al descubrir que los jilgueros, chamarines, verdones y hasta los comunes gorriones, despreciaban las atenciones que se les dispensaban, prefiriendo las ramas de los árboles próximos y matojos de cardos silvestres.

Encontraba compensación en el inmenso cariño, sentido igualmente, por los 5 caballos de que disponían, entre su marido y ella. Nunca pudieron separarla de los partos de su yegua favorita “Madam”, así como su preocupación por todos ellos, al punto de prohibir seriamente a los mozos de cuadra, el uso de fusta o algo que se pareciese, debiendo sustituir aquella, por plumeros, incluso al montar.
Era el tema de conversación que sostenía con sus otros invitados, cuando Mark le fue presentado,

1 comentario:

  1. Se trataba de Mr. y Mrs. Lowers, Jefe de la Agencia de Trabajo y su esposa.
    Este último personaje desempeñaba el muy controvertido puesto político en la Compañía, junto al Director, de cara a los elementos laborales, sindicales y municipales.
    Individuo de mediana estatura, escaso cabello, rictus no agradable de boca, gruesas gafas de pasta y constante mirada de reojo, parecía siempre temeroso de un indeterminado ataque.
    La apariencia de su señora era muy corriente y poco atractiva, vestía con tan dudoso gusto, que podría ser ignorada hasta por el más solícito y amable tendero de cualquier comercio de ultramarinos.

    Antes de pasar al comedor, fueron servidos sendos whiskys a los caballeros y jerez a las dos damas, ocasión que aprovechó la señora del Director para rogarle a Mr. Lowers se interesase por el trabajo que ella había pedido al capataz de la Carpintería, reflejado en una nota, cuya copia le mostró y él leyo, decía: “ Sr. Centeno, haga Vd, el favor de enviar a un carpintero a nuestra cuadra, a fin de que construya separadores entre los comederos, para evitar que los caballos se miren unos a otros. Muchas gracias.”
    Tan interesante charla, fue sazonada con el añadido de qué piensos serían más convenientes para poner en los comederos de los caballos, si alternar las algarrobas con habas secas ó, tal vez, sólo cebada y paja.

    Consumido el primer plato de berzas, compuesto de bien hervidas patatas, con acelgas y nabos, dejando patente la insipidez del mismo, Mrs. Lowers, en tono muy sincero, pidió a Mrs. Berry felicitase a la cocinera por su labor. Se supone sería hipertensa y agradecía, con su deseo, la ausencia de sal (¿?)
    El cordero frio que seguía al primero –por supuesto con guarnición de guisantes hervidos, igualmente- dio paso a la intervención del Director.

    Sin dirigió, sin más preámbulos a Mark, para expresarle (el tic nervioso le sacudió antes, 3 veces el cuello) su reconocimiento no sólo por el trabajo desempeñado en la voladura de la Iglesia, sino también, por el que estaba realizando en la Corta. Naturalmente, eran satisfactorias las medidas que había adoptado para reducir los accidentes de los trabajadores, al dotarles de anchos sombreros de fieltro que, generosamente pagaba la Compañía, además de hacer traer del Pilar de la calle Méndez Núñez, barriles de agua fresca para que la bebiesen, en sustitución de la que antes tomaban de la tubería de Quebrantahuesos y que, también, la Compañía pagaba a los aguadores que con sus borricos la acercaban a los tajos.

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