martes, 26 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" XXIV

Mark. recordaba el relato que escuchó en el “Only men” del Club a un viejo australiano, casado con una española de renombrada familia andaluza, de cómo fue recibido su matrimonio en Bella Vista, por las féminas del lugar.
Tan ignorados y descorteses fueron con ellos, que decidieron vivir en la calle Méndez Núñez, del pueblo, apartándose del barrio inglés. Aunque no la citó, dio a entender que la “lider” de aquella oposición fue la mismísima Mrs. Penny.
Algo peor ocurrió en la último década del pasado siglo, cuando fueron alejados de Rio Tinto dos o tres ingleses, también casados con españolas, a los que ni siquiera, reuniendo brillantes méritos profesionales, se les promocionó nunca.

No es que él estuviese decidido a declararle a Elvira unos sentimientos que le estaban superando y le eran difíciles de ocultar. ¿O, sí?...¿Sabía si ella sentía “algo” parecido por él?...¿No estaría ya comprometida con otra persona?
Imposible continuar con tan agobiantes dudas que ponían contrapunto de infelicidad en su diaria existencia. Pero, en esta ocasión, el destino jugó a su favor.

A finales del mes de Enero, Elvira solicitó permiso para acudir a la romería de San Blas que se iba a celebrar en Zalamea el 3 de Febrero próximo.
Entonces él preguntó si era posible conocer el festejo y, en cualquier caso, si sería inconveniente asistir acompañándole. Azorada y, casi imperceptiblemente, contestó:
“Sí, claro. Es público”…
Dióle a conocer las costumbres del lugar y desarrollo de la fiesta: Bailes, viandas, bebidas típicas a consumir en común , etc. Tal como fue explicado, le hizo ilusión.
Casualmente, el dia a festejar cayó en domingo y no circulaban los trenes de la Compañía en ese día de la semana, como tampoco lo hacían el 24 de Mayo, cumpleaños de la Reina Victoria,(a pesar de que la soberana había muerto en 1901) por consiguiente, tomaron una caballería de alquiler y con ella marcharon.

Ni que decir tiene que el primer sorprendido al ver montar al escocés, llevando a la grupa a la hermosa muchacha, “-pareja poco común-“ fue el guardiña de la cuadra el cual, “cumpliendo con su obligación”, con premura lo puso en conocimiento de Mr. Lowers.

En cuanto a “la poco común pareja” aquél viaje les estaba resultando infinitamente más cómodo que si lo hubiesen realizado en el legendario Orient Express. Tan gratos momentos eran saboreados, por ambos, de manera tan placentera que no se percataron de la constante cojera de la caballería hasta divisar la cercana estación del ferrocarril de la Compañía, en Zalamea. La forma de viajar no era para menos.
En tanto que el escocés llevaba las riendas, a su espalda sentía la opresión del busto de Elvira, que, a su vez, se sujetaba a él con el brazo derecho sobre el torso, mientras en su izquierda portaba la cesta de mimbre con las viandas.
La transmisión de temperatura, entre ellos, era inevitable.

1 comentario:

  1. Todo quedó roto al ser imposible para la caballería caminar algo más. Se apearon a fin de comprobar qué remedio podían aplicar al lesionado animal. Hicieron todo lo posible para averiguar el daño que sufría sin encontrar solución y, viendo no llegarían andando para disfrutar del comienzo del festejo, resolvieron tomar un aperitivo “in situ” en tanto pasara alguien que pudiese ayudarles.
    Lejana aún la primavera, el invierno estaba siendo benigno y el día se mostraba pleno de luz y sol con agradable tibieza. La tierra, cubierta por gruesa capa de hojarascas de eucaliptos y pinos, a cuyo alrededor se encontraban peñascos de poca altura, fueron elegidos para el obligado alto en el camino.
    El joven ató la caballería a un árbol, en tanto dedicaba un leve recuerdo a Mrs. Barry al observar el revoloteo de una pareja de vistosos abejarucos que anidaban en el pequeño talud de un semiseco arroyo.
    A fin de hacer más cómodo lo que suponía un breve descanso, desplegaron la manta de la montura sobre el lecho de hojas y, Elvira, sacó algo de queso y frutas del portaviandas.

    Ya de rodillas, ambos, ignoraron el comienzo de la comida y, sin saber por qué, se encontraron sus miradas, quedando sus cuerpos inmóviles, olvidados de todo el entorno más próximo, sin escuchar el relincho del caballo, el cántico de los pajarillos ni el rumor de la brisa agitando suavemente los árboles.
    ¿Cuánto duró?...En aquellos momentos el tiempo tampoco contaba, pero la concatenación natural se sucedió con la fuerza que la juventud imprime a los amores deseados y generosamente compartidos, tan sujetos a las leyes de la naturaleza, anulando la mayoría de las veces, razonamientos de todo tipo….

    Posiblemente transcurrieron horas, que a los dos debieron parecerles un soplo, alteradas únicamente, por el sonido de un campano de pesado animal. Así era, pues con cansino paso, se aproximaban unas reses conducidas por el pastor.
    Pidiéronle ayuda y el hombre, examinó la pata del caballo encontrando la causa de la cojera. Una dura piedrecilla de blanco pedernal se había introducido entre la herradura y pezuña que, luego de ser extraída, liberó de molestias al cuadrúpedo.
    El agradecido Mark, introdujo en el chaleco del pastor una moneda de 5 pesetas. ¡Era el sueldo de 2 días de aquél hombre¡

    No les apetecía nada más que estar juntos y lo acaecido en esas…¿dos…tres, horas?
    había sellado una unión, no sólo de cuerpos, si no de fuerte identidad que ya sería difícil de quebrar. Se consumó un matrimonio ante y por la omnipresente voluntad de Dios, que eligió como templo apropiado, no cubierto, el cielo azul sobre silencioso campo, sustituyendo los acordes del órgano, por el canto de las avecillas multicolores que, así mismo, oficiaron de recatados testigos.
    Impelidos por el avance del atardecer y, como quiera que los festejos habrían concluido, optaron por regresar, percibiendo ambos, mientras cabalgaban, una desconocida serenidad.

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