jueves, 28 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" XXVI

Al llegar a casa, Elvira, un tanto nerviosa por los acontecimientos del día, entró en la cocina (Eme estaba libre de servicio) y tomó su delantal.
No llegó a colocárselo, puesto que Mark que la seguía, lo quitó de sus manos diciéndole: “Nunca mas te pondrás esta prenda, porque desde hoy eres ya mi mujer y señora de esta casa. A la noche y siempre, dormirás junto a mi y, como quiera que nuestro matrimonio no puede llevarse a cabo, por profesar diferente religión, la haremos de manera civil, formalizándola en el Juzgado de Nerva ó Zalamea, lo antes posible”.

La integridad del muchacho le hacía sentirse, -desde lo acaecido en el campo- desposado, haciendo suya la cita bíblica del libro de los Proverbios, 5.18-19

Al día siguiente, el guardiña del barrio inglés le hizo entrega de una carta en la que era convocado para una entrevista con el Director.
A ella acudió, en la creencia de que habría novedades sobre su trabajo. Mr. Anderson, Secretario de Mr. Barry, le hizo pasar al despacho de éste quien, con forzada sonrisa, le invitó a tomar asiento y, contra costumbre, no consultó el reloj.
El ladino gestor, -no era técnico minero y sí cualificado administrador- comenzó felicitándole por los éxitos obtenidos en la producción, de cuyo espectacular resultado había tomado nota la Comisión del Consejo, en la reciente visita girada a la Mina y disponiendo fuesen aumentados sus honorarios hasta £550/año, salario poco común entre los demás empleados.
Le manifestó, además, su apreciación personal y la satisfacción que sentía al contarle dentro de su “Staff, …si bien, le preocupaban ciertos comentarios que se hacían últimamente en la colonia por la familiaridad y excesiva confianza mostrada con su sirvienta, asistiendo a una fiesta popular en Zalamea. Entendía que los jóvenes británicos sintiesen ganas de divertirse, comprendiendo que al no haber chicas solteras de la misma comunidad, en Bella Vista, tuviesen que buscar atracciones, a veces inapropiadas, en ese otro círculo exterior, pero ¡claro¡ siempre de forma discreta y sin comprometer la honorable reputación inherente al resto de su propia comunidad. Por ello, sugería –era lo más adecuado, cuando estallaba una tormenta en taza de té- dado que mucha gente les vió marchar juntos a la repetida fiesta, despidiese a la criada con la excusa que mejor le viniese en gana.

1 comentario:

  1. Con envidiable calma escuchó Mark a su superior jerárquico, para finalmente responder:
    “Señor: Soy consciente de mi responsabilidad y cometido laboral ante Vd. y, a ello me atendré durante todo el tiempo que permanezca al servicio de la Compañía. En cuanto a mi vida privada, sólo me siento responsable ante Dios primero y, después, ante quien mi libre voluntad, se acomode.
    Sé que su tiempo es muy valioso y requerirán su atención asuntos más importantes, de modo que, si no tiene nada más que añadir, sobre mi trabajo, me temo debo marchar”.

    El General Manager no pudo iniciar ni un leve gesto de despedida. Su cara no tenía color, aunque la pigmentación de su piel era lívida, probablemente por un esfuerzo de contenida ira. Ni siquiera notó que la puerta se había cerrado tras la marcha del Ingeniero.
    La frase empleada como “coloquial” por Mr. Barry, citando tempestad en taza de té, se había trocado en “violento huracán abatido sobre Bella Vista”, por el “caso McGregor”, impulsado por Mrs. Penny, y figurando como teniente de la cruzada, Mrs. Lowers.
    Pero es que el “caso” quedó descubierto una semana después, por el inocente proceder de Emeteria, cuando a la vuelta del Juzgado de Nerva, los recién casados, Elvira y Mark, la pusieron en antecedentes de la situación y requirieron su colaboración para contratar a una nueva sirvienta.

    Cumplido conocimiento del casamiento civil, lo obtuvo Mr. Barry a través de la nota, reservada, que le hizo llegar el Jefe de Guardas, Segundino Botavieja, quien sostenía a un grupo de confidentes en Nerva, “para todo lo que fuese preciso”.

    Las señoras de la colonia estaban alteradísimas y habían dado ostensibles muestras de desafecto a McGregor, haciéndose las distraidas para no corresponder al saludo en su encuentro. Por otra parte, norma muy socorrida en Rio Tinto, desde tiempo inmemorial y que tan lamentablemente arraigada quedó, siendo sustiuída por el hipócrita dicho de: “!Me alegro de verte¡”, mientras se simula, andando, andando, sin pararse, una falsa prisa,

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