miércoles, 6 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" VII

Faltaban 4 meses para confirmar el evento y, entre tanto, la temporada de Simla ya había comenzado.
Los habitantes de Chandigarh eran diarios testigos del trasiego de lujosos transportes en privilegiados altos funcionarios del Servicio Civil Indio, encumbrados militares del ejército colonial, catedráticos prestigiosos y altos representantes de la banca e tren e innumerables caravanas que, desde distantes y distintos puntos de la India, se dirigían a la fresca ciudad montañosa del norte para librar del tórrido calor a los industria inglesa.
Hacia allá acudía una gran masa de nativos, moradores de los poblados limítrofes, con la finalidad de conseguir empleos de todo tipo y cuya prestación de servicios eran retribuidos, en el mejor de los casos, con 7 Rupias semanales, algo insólito para quienes, de ordinario, sólo sobrevivían con 5 annas diarias.
Las mansiones, hoteles, casas del Gobierno y particulares, funcionaban a tope y, en cada una de ellas, se desplegaba el lujo más oriental ostentado por sus occidentales ocupantes.
Los suntuosos salones, adornados con variadas flores tropicales, concurridos por las elegantes y enjoyadas damas inglesas, vistiendo lo más actual de la moda parisina, hacían corro, junto a caballeros de vistosos uniformes y elegantes smokings, mientras una legión de sirvientes, ofrecían sobre bandejas de plata repujada, el mejor champán francés, whisky de acreditadas marcas escocesas y cigarros procedentes de Filipinas

¿Qué cantidad de cosas puede retener la humana memoria, en sólo una noche de insomnio?¿Hasta donde recordar, fielmente, lo vivido de un tiempo que va, desde la infancia más tierna, hasta una edad adulta?
Mark hizo una pausa turbándose con esas breves preguntas y, tras prender un cigarrillo, volvió a sus remembranzas. Era sábado y no tenía ningún compromiso social que atender en Bella Vista, de forma que hasta el próximo lunes no reemprendería su vida laboral.
Así pues, continuó repasando sus días en la India.

Recordaba con precisión, la fiesta dada en el Club, con motivo del cumpleaños del Coronel del Regimiento y en la cena tuvo la agradable sorpresa de saludar a su antigua amiga Violeta Blair, entonces casada con un militar, formado en la academia de Aldershot, siendo destinado a un regimiento sowars (caballería indígena) en Bombay y, tras ser ascendido, fue asignado al acantonamiento de Chandigarh.
Tras corteses presentaciones, el Mayor Edward Swason, -pues este era su nombre- le refirió a Mark las numerosas ocasiones en que su esposa le había comentado quienes formaban su circulo de amistades en Londres y, entre las cuales, ocupaba lugar el joven escocés.
Pasados unos pocos meses, la amistad se había consolidado de tal manera que, el matrimonio Swason vino a ser para Mark como su familia en Extremo Oriente.

1 comentario:

  1. En una de aquellas tertulias que se organizaban en el pabellón de los Swason, uno de los invitados mencionó el insistente rumor que se extendía entre los residentes e incluso en la sala de banderas del regimiento. Consistía en las reiteradas visitas que Symon Lewis (ayudante de Mark) solía efectuar, a determinada esposa de un oficial, coincidiendo, generalmente, cuando éste estaba de servicio en el acuertelamiento.
    El comentario conllevaba cierta carga de malignidad, cuando se incidía en la inapropiada conducta de la anfitriona que, casualmente, licenciaba a toda la servidumbre prescindiendo de los servicios de aquella, hasta la siguiente jornada.
    A la no convencional forma de actuar de dicha dama, las murmuraciones se complementaban, con las confidencias hechas, por la esposa de Symon Lewis, a una “fiel amiga”, mujer de un residente, lamentándose de los desvíos de su marido, con el que no convivía, maritalmente, desde hacia meses, hasta el punto de que su matrimonio se reducía a fingida amistad, si bien, ninguno de los dos estaba por romper lo que duraba ya 2 años.

    Chocaba, en el circulo social de la pequeña colonia, el hecho de que Mrs. Lewis no acudiese, desde hacía tiempo, a las actividades y reuniones del Club, aduciendo, desde continuas jaquecas hasta deberes domésticos de débil consistencia. Esto último muy significativo, ya que de las compras y cocina corrían a cargo de la vieja musulmana, Aisha, en tanto que el mantenimiento del cottage y jardín estaban a cargo de los jóvenes indios, Duggal y otro, cuyo nombre era impronunciable.

    Eran anécdotas que, para una reducida comunidad, constituían sabroso guisado que añadir al tedio y rutina habitual.
    Así, una calurosa mañana y antes de acometer sus deberes laborales, Mark se vió abordado por la secretaria, Miss Storm, que con ojos algo desorbitados, como si quisiera magnificar la peor tragedia del mundo, le informó de la reciente noticia:

    “La señora de Mr. Lewis (su propio ayudante) hacía una semana abandonó el hogar, en un tonga (–coche de caballo-) acompañada del criado Duggal con destino al Hospital de Dehra Dun en el cual había dado a luz un niño….!Horror¡¡. ¡!De color oscuro¡¡
    Según todos apuntaban, había tenido mucho que ver en ese desafortunado asunto, ese sirviente….¿Como se llamaba…? ¡Oh, sí¡…!Duggan¡, pero ya se sabía…cuando a estos negros se les daba la mano…la suya se deslizaba a sitios ¡impensables¡”

    Quedaban silenciadas las infidelidades de Mr. Lewis, resguardadas por el más puro estilo machista, incluso al socaire del nada oculto prejuicio racista.

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