jueves, 4 de febrero de 2010

"Aquel joven escocés" XXXIII

Era el motivo en el que se fundamentó el Sr. Director General para, nada más terminada la reunión, enviarle una misiva comunicándole su irrevocable despido.
Si bien Mark no justificó la ausencia, tampoco habría sido escuchada, puesto que la inicua decisión, en todo caso, ya estaba madurada. Así ejercía su inapelable, autoridad, el prepotente directivo.

En el escaso mes de inactividad a que se vio sometido, encontró comprensión, devoción y redoblado cariño en Elvira, evitándole cualquier pensamiento negativo que le asaltase. La compenetración era tal que, aquel revés del destino les hizo profundizar, aún más, en el amor que ambos se profesaban.
La tristeza por la injusticia que, en el ámbito laboral, aquejaba a Mark, se tornó esperanzadora al recibir carta de sus amigos los Swason, desde Gibraltar.
A Edward Swason hacía dos meses le habían trasladado a un alto puesto en el Gobierno de la colonia y próximas a comenzar importantes mejoras en el puerto, necesitaban un ingeniero, no militar, para dirigirlas. Conocedor de las dificultades por las que pasaban las Minas, decidió ofrecerle el empleo a Mark, sin sospechar que con ello ponía en manos de un naufrago el cable más preciado

Hacia allá marcharon, dejando atrás las rojas tierras de Rio Tinto, con sus agrestes y coloridos paisajes, el “impermeable” muro de Bella Vista, la paz del huerto y jardín de Zalamea y, sobre todo, los anacrónicos convencionalismos que encorsetaban ideas y formas de vivir de dos personas que, en momentos ideales para sus vidas, procedieron con arreglo a la ley de la naturaleza e inevitables sentimientos, marginando absurdas imposiciones sociales.

El tiempo, cual velo que cubre, -entre muchas más cosas- los humanos comportamientos, actuó como notario del recuerdo que ambos dejaron de su paso por Rio Tinto, donde los mayores, todavía guardan memoria de la joven pareja que optó por propia manera de vivir, prescindiendo de nacionalidad, diferenciadas creencias religiosas y encasillamiento social, sin validez, todo ello, ante el profundo amor de ambos, sólo con su buen hacer y el temor a Dios, de cuyo sentimiento emana la sabiduría. (Proverbios. 1,7)

"Aquel joven escocés" XXXII

En lo concerniente a la Mina y transcurridas dos semanas, después de la entrevista
del Director con Mark, el Sindicato, fuertemente arraigado en los trabajadores e impulsado por sus dirigentes, con cuartel general en Nerva, no habiendo conseguido ninguna de las mejoras solicitadas y, ante la intransigencia de Mr. Barry, convocaron una huelga en el servicio del ferrocarril. Entre otros, era uno de los servicios más sensibles para el funcionamiento del establecimiento minero.
Al producirse dicha perturbación, Mr. Barry decidió despedir a 45 obreros empleados en la línea férrea pero, la expeditiva medida enfureció a gran parte de trabajadores, que, a continuación se sumaron a la actitud de los castigados.

En Zalamea, al igual que en los pueblos limítrofes de Rio Tinto, se seguían las incidencias de la huelga con muchísima atención, al haber numerosas familias del lugar que dependían del trabajo en la Mina.
Además, el ramal del ferrocarril que la conectaba con la red de la Compañía, quedó igualmente paralizado.

Mr. Barry y sus adictos reclutaron a los esquiroles que pudieron, a fin de activar ese vital medio de transporte, consiguiendo organizar un tren que, partiendo de la Estación de El Coso, llegase a Zalamea y en el que viajaban unas parejas de la Guardia Civil y 15 guardiñas armados, comandados por el imprescindible, Don Segundino Botavieja, no pudiendo llegar a la estación de El Campillo, donde sentados en las vias y provistos de escopetas de caza, algún que otro revolver y hasta palos, esperaban entre 50 a 70 huelguistas opuestos al avance del tren.
Se llegó a la violencia física, sufriendo heridos, ambos bandos, de mediana importancia.

Como consecuencia de la gravedad de los acontecimientos, Mr. Barry reunió a Jefes y Capataces británicos para sostener un cambio de impresiones, en el Club.
Mark fue convocado, mediante nota escrita, entregada en su domicilio, por un guardiña que se vió obligado a realizar el camino a pié.
Obviamente no pudo asistir puesto que el ferrocarril no funcionaba. Tampoco tenía la posibilidad de hacerlo sobre caballería con riesgo de ser descubierto por los piquetes de huelga, poniendo en riesgo su integridad física.

"Aquel joven escoces" XXXI

Tras dos minutos de interminable silencio –al menos, así le pareció al Director- Mark, levantó la vista del documento y, pausadamente, respondió:

“Mr. Berry, veo con sorpresa en esa lista nombres de –no todos- pero, sí 23 hombres a los que tengo conceptuados como trabajadores muy cualificados y eficientes en sus deberes. Sería muy perjudicial para el interés de la Compañía, prescindir de ellos, al tratarse del desempeño de labores extractivas que requieren prácticas de años.
Por otra parte, puedo asegurarle que, hasta la fecha, ni mis capataces, ni yo mismo, hemos detectado faltas graves en ninguno de ellos. Si hubo alguna ocasión en que la maquinaria o herramienta manejada no lo fue adecuadamente, la corrección del capataz de turno fue aceptada, sin más.
Yo, también, lamento muchísimo, no tener información extra-laboral, pues como conoce, esa llegaría por conductos ajenos a la profesión de cada cual y, en cambio, mi trato con ellos, se limita al que me proporciona su propio trabajo.
Desconozco las mejoras que solicitan pero, si le sirve para su gobierno, puedo añadir que cuando inspecciono los tajos, en horas de comidas, observo que su alimentación es deficiente y escasa, aunque no estoy en condiciones de juzgar si ello está en función de los jornales asignados”.

Sus manifestaciones no pudieron ser peor recibidas. Ya había sido demasiado indulgente el Director al consentir “veleidades del género sentimentaloide”, pero no podía permitir, en tales circunstancias, se abriese mínima fisura en lo que él deseaba constituyese compacta formación en su más inmediato entorno.

¿Qué hacer con él?. Ante Londres, no podía atribuirle nota negativa que encontrar en su trabajo, puesto que la Comisión del Consejo, en pasada visita, apreció su labor y eficaz sistema de dirigir la Corta. Tampoco en su vida doméstica que discurría de forma ordenada y, según le informaban desde Zalamea, su trato se reducía a cambiar puntos de vista, con el jardinero, para mejorar el cuido del huerto, etc., siendo muy significativo el creciente afecto que suscitaba el matrimonio por su trato y ayuda que recibían las personas necesitadas, del pueblo, que a ellos acudían en solicitud de socorro.

miércoles, 3 de febrero de 2010

"Aquel joven escocés" XXX

Mr. Barry había recibido un informe del Jefe de Guardas, donde le ponía al día del
tumultuario mitin celebrado en el teatro de Nerva y alrededores, en el que intervinieron varios dirigentes sindicalistas, a los que calificaban los incondicionales seguidores de las posturas de la Compañía de, “vividores”, instigando a los cientos de trabajadores que acudieron, al inicio de una huelga en todos los departamentos del establecimiento minero, sugiriendo se boicoteasen determinadas instalaciones industriales, hasta conseguir una serie de mejoras salariales y laborales que estimaban justas.
El informe incluía una lista, en la que figuraban nombres de muchos asistentes que aplaudían a los oradores por las reivindicaciones planteadas y en la que figuraban 27 mineros de la Corta Sur que, lógicamente, estaban bajo las órdenes de Mark.
Preocupaba al Director la inestabilidad laboral pero, con calculada objetividad, concluyó, podría sacarle provechoso resultado, toda vez que los pedidos de mineral habían sufrido considerable descenso, debido a la guerra con Alemania.
Bien vendría, pues, aligerar una plantilla de mano de obra, excedentaria en los momentos actuales.

Llamó a su Secretario, dictándole circulares de obligado cumplimiento y, añadiendo citase a Mr. Mark McGregor para inmediata entrevista.
Al comparecer el Ingeniero, le recibió un circunspecto Mr. Barry transmitiéndole la información recibida y cómo “sentía” tener que actuar, como ya lo hizo en 1913, cuando, en situación similar, los huelguistas dieron fuego al Pozo Alicia.
A menos que fuese reversible la repetida situación, habría que tener en cuenta la actitud de esos 27 trabajadorres de la Corta. Dicho lo cual, dióle a leer el informe en cuestión, para continuar:
“Aunque sólo cita a esos 27 destacados individuos que se adhieren a las tesis de los “vividores”, qué duda cabe, hay bastantes más de su departamento, que sostienen las mismas ideas.
Es “mi triste deber” anticiparme a los acontecimientos y, por ello, ruego a Vd. me dé a conocer nombres de perturbadores, indolentes y todo aquél que se oponga a las directrices de la Compañía y/o sus mandos. Por supuesto, agradecería pusiese en conocimiento de esta Dirección cualquier información, a nivel laboral ó particular que pudiera saber sobre las actividades extra-laborales de un determinado obrero, a fin de estudiar su permanencia en la Empresa”.

martes, 2 de febrero de 2010

"Aquel joven escocés" XXIX

Allí estaban en compacta formación un nutrido batallón de señoras, (no todas) al frente y como portaestandarte, figuraba Mrs. Penny, aunque ella misma se autoinculpaba de haber actuado, semejante al motor que impulsó todo aquél desvarío.
Pero, ¿Cómo iba a pensar, en su buen hacer, que todo un joven ingeniero, además británico, perdería la cabeza por una chica de servicio? …porque aunque tuviese atractivo físico, igual podría encontrar semejaza en cualquier lugar de su país.
“!Pobre chico¡ Yo espero que en pocos meses, todas tendremos que oír el arrepentimiento de él, pues, si bien no recuerdo los años que hace casé con el cómico…!Oh, sorry¡…quiero decir, químico, Mr.Penny. jamás lo hicimos de forma tan precipitada. A no ser que Elvira….”

“!Oh, no, querida¡ Mr. MacGregor nunca haría eso…” Dijo con rotundidez, Mrs. Lucy Taylor.

Mrs.Trury, siempre indiscreta e incontinente, casi atragantada con el sorbo de té que degustaba, intervino para rebatir a la cuarentona Mrs. Taylor:
“No debemos decir eso de nunca sobre nuestros hombres. Acuérdate del caso de Mr. Barry, que aún estando casado, tiene un hijo con una española y nadie puede negar el enorme parecido del chico con el papá, pues hasta tiene el clic en su cuello”.

“Por favor, Mrs. Trury, esas cosas pasan, pero al fin y al cabo, todo quedó arreglado convenientemente. Mr. Barry indemnizó generosamente a la chica y ésta marchó a vivir fuera del distrito. Incluso a un hermano de ella lo colocó de Guarda en la Compañía, ¡No, señora, todos estos asuntos no son iguales¡. El pobre Mr. Barry sufrió con todo aquello, pero tuvo el acierto de darle solución adecuada•”. Adujo Mrs. Penny. “De todas maneras, debemos poner término a estos….”. Calló al aproximarse Mrs. Reynolds, esposa del Capellán de Bella Vista, mujer ecuánime y de probada rectitud, poco amiga de comidillas que, en la mayoría de ocasiones acompañaban a las pastas del té.

Tampoco había caído en el olvido el “caso MacGregor• para el Director Gral, pero asuntos prioritarios obligaban a su aparcamiento.

lunes, 1 de febrero de 2010

"Aquel joven escocés" XXVIII

Pasadas un par de semanas, Mark constató un singular enrarecimiento en el reducido entorno en el que se movía en Bella Vista.. No era miembro asiduo del Club y en contadas ocasiones acudió a los servicios religiosos de la Capilla, cuyo ritual difería de la Iglesia Reformada Escocesa, en la que fue educado.
No tuvo que esforzarse para concluir el motivo de la toma de postura de sus compatriotas e intentó anticiparse a cualquier sinsabor que le fuese causado a Elvira, eje de su recién estrenada felicidad. Sin dudarlo, pidió una entrevista con Mr. Barry.
En ella le informó de de su intención de marchar a vivir fuera de Bella Vista, “por razones personales”, por consiguiente, dejaba el bungalow a su disposición.
El sustraer el posible futuro motivo de represalia al Director,, aumentaba en éste su resentimiento hacia él, pero hizo un sobrehumano esfuerzo.
Sabía Mr. Barry cuánto se valoraba en Londres al Ingeniero que dirigía la Corta y, hubiese sido torpe poner trabas para provocar una indeseada dimisión a quien, en el campo laboral, nunca presentó problemas de tipo técnico. De modo que, hipócritamente, argumentó la escasa comodidad que podría encontrar fuera del barrio inglés, pero respetando “las razones personales” expuestas, “lamentaba” la decisión tomada.
MacGregor, a quien no escapó la doblez de intenciones de su superior, respondió matizando que, en sus preferencias personales, tenía prioridad la comodidad espiritual a la material.
Así, Elvira y Mark, marcharon a vivir a una antigua y hermosa casa en Zalamea desde la que él se desplazaba, diariamente a su trabajo, en el ferrocarril de la Comp. respirando aires de libertad y ocupando sus horas libres en cultivar el espléndido jardín-huerto que poseía la casa, alternándolas, a veces, con paseos por el no lejano lugar del Romerito.

No fueron muy tolerantes, con el proceder de McGregor, sus compatriotas de la colonia.
Había ignorado el stablishment de la sociedad a la que pertenecía y eso no obtenía fácil perdón.