miércoles, 20 de enero de 2010

"Aquel joven escocés"XX

En tales casos, la política de Mr. Barry consistía en….esperar y ver.

Con independencia de su trabajo, la vida doméstica del escocés se iba tornando inquieta y, cubría el trayecto de la Corta a Bella Vista poniendo a su caballo a todo galope, al término del trabajo. Entonces, una in disimulada ilusión aparecía en su rostro, acentuada al entrar en casa, esperando una sorpresa. No sabía comprender esa sensación que tan grata le resultaba.
Por descontado, no eran las llegadas de cartas desde Escocia procedentes de sus padres, hermana ó amigos, convenientemente colocadas en un rincón del vestíbulo. Con rapidez las examinaba, pero dejando la lectura para hacerla, posteriormente, saboreando una taza de té. Así que, evidentemente, no era eso.

Sin embargo, el leve chirriar emitido por la puerta que separaba las dependencias del servicio de la casa y que, habitualmente, se sentía por la discreta entrada de Elvira saludando, “Buenas tarde, señó”. Parecía ser el premio a la veloz cabalgada.
No le cabía duda. Aquella mujer, a la que a veces no acertaba a responder con su saludo, le inmovilizaba y, estaba siendo, sin remotamente pretenderlo, la suave brisa que precede a un gran vendaval de incalculable magnitud.
Urdía pueriles excusas, (cual niño que toma y suelta un juguete, retomándolo presto) sólo para disfrutar de su presencia. Una de las tretas más utilizadas era llamarla, para que le explicase el significado de tal o cual palabra.

Paciente, acudía Elvira e, interiormente, sentía la sensación de estar ayudando en algo más útil y superpuesto a su diario cometido en la casa, además de acercarle, físicamente, al hombre que la escuchaba con atención, para ella desconocida hasta entonces. Presentía, aunque vagamente, que era “acariciada” por sus ojos…En todo caso, lo percibía como una manifestación de silencioso agradecimiento.

Lo que no se podía negar así misma, era la rapidez y complacencia que ponía, en atender el más pueril de los requerimientos y esto le creaba un estado de excitación escasamente controlable. Dicha situación había tomado un camino en el que ambos se miraban, después de la conversación ó aclaración que se hubiese suscitado, sin seguir en ella, de una forma en la que podrían decirse muchas más cosas y que, en ocasiones, se dilataban extremadamente.

1 comentario:

  1. Uno de aquellos días, al regresar a casa y llegada la hora del té, que habitualmente era servido por Elvira, notó que rodaban por la sonrosada cara de ésta, unas lágrimas difíciles de contener.
    Al ser preguntada por lo que parecía un infrecuente disgusto, Mark tomó un pañuelo de su bolsillo y , con delicadeza, secó el rostro de Elvira a la vez que, tratando de calmarla, acarició sus cabellos, ejerciendo un autocontrol que reprimía sentimientos más íntimos.

    Ya tranquilizada, la joven zalameña, le comentó que uno de los Guardas de la Compañía, había estado en la casa, indicándole a Emeteria debía presentarse al Jefe Principal de los Guardas. Cumplido lo cual, aquél le dijo sería registrada su casa, en Alto de la Mesa, donde sospechaban que uno de los hijos de la cocinera, escondía una válvula de bronce, o algo así, sustraída del Departamento donde el chico trabajaba.
    Mal asunto. Si se comprobaba, con certeza, el causante sería inmediatamente despedido y puesto en prisión. También lo sería un hermano menor del autor del robo y la madre debería abandonar su empleo en Bella Vista.
    Elvira, que quería a su compañera de trabajo, con todo el alma ,estaba angustiada por el sufrimiento y llanto de esta, en tanto creía en la inocencia del chico.

    Manolo Puente era el Capataz Mayor de la Corta del Pueblo que, además, gozaba de la confianza de Mark, quien acudió a él para, tras ponerle al corriente de tan molesto asunto, solicitarle su opinión.
    Puente, con la sinceridad con la que se hizo acreedor de la confianza del escocés, le dijo que, si los Guardiñas de la Compañía (diminutivo, coloquialmente usado pos los trabajadores, mayoritariamente gallegos, de Rio Tinto) componentes del detestado cuerpo, sospechaban del hijo de su sirvienta, seguro que el seguimiento del “asunto” estaba siendo manejado por el poderoso Jefe de estos, D. Segundino Botabaja y, tal vez, lo más derecho sería visitarle en el despacho que tenía junto a las cuadras de la Compañía, caserón vecino de la misma Bella Vista.
    Continuó, Puente, describiéndole la personalidad del tal Don Segundino
    El título que se anteponía al nombre (Don) lo empleaban la gente de Rio Tinto, muy dadas a motejar y, en muchos casos, para estimular la vanidad de determinados individuos que, aún careciendo de título nobiliario y hasta universitario, competían con el cantoneo de un pavo real, cuando a ellos se dirigían, sin caer en la cuenta de ser motivo de cruel, aunque incruenta burla. El mote era muy común allí.
    Mark, no comprendía el significado de ello, pero finalmente, exclamó: “!Oh, Yes,!...nickname¡ ¡Thank you¡

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