viernes, 8 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" X

Al margen del documento a firmar, Mr.Dennis enfatizó su esperanza de que Mark observaría, y que sin duda se integraría en la buena armonía reinante en el barrio de Bella Vista, donde vivía mayoritariamente, la comunidad británica, ejemplarizada, en las facetas laboral y social, por la acertada gestión del dirigente superior de la Compañía allí, Mr. William John Barry, Director General.

En contrapartida, expuso con toda honestidad a Mr. Dennis su situación personal. Teniendo en cuenta que Inglaterra estaba en guerra con Alemania, se había personado ante las autoridades militares ofreciéndose como combatiente, no siendo aceptado al detectarse, analíticamente, haber padecido en un inmediato pasado fiebres palúdicas. Por consiguiente, era declarado exento de servicio, por el momento.

En Abril de 1916, Mark desembarcó del vapor Don Hugo (por supuesto, propiedad de la RTCL) en el puerto de Huelva, tomando el tren (de la Compañía, ¡no había otro¡) y en unas 6 horas se apeaba en la estación de “El Coso”del pueblo de Rio Tinto.
Allí le esperaba un inglés de Gibraltar, según le dijo, patizambo y con marcado acento en su idioma, probablemente, dedujo, por su uso más habitual de la andaluza lengua en el Peñón.
Le informó debería presentarse a Mr. Berry quien despachaba en la Dirección que la Co., tenía junto a la Iglesia Parroquial que se veía desde aquel punto.

No sabría calcular cuanto tiempo duró su entrevista con el Director General pero, desde el primer momento, tuvo la impresión estaba frente a un individuo poco común.
Mr. Berry era de esos hombres al cual se le identificaría en un salón, ocupado por una treintena de otros, como el más destacable de todos ellos. Sin precisar medidas, su estatura era notablemente alta y atléticamente proporcionada a su peso, si bien la edad podría oscilar entre los 49/51 años. La redondez de su abdomen comenzaba a pronunciarse. El cabello, no muy espeso, clareaba ya, dejando algo descubierta la parte frontal. Quizás lo más llamativo de su persona radicaba en los ojos, color grisáceo, fríamente fijos en su interlocutor, mientras conversaba. Un clic nervioso se pronunciaba en su cuello que parecía remarcar, con rotundidez, las parcas y precisas palabras de su oratoria. El poblado y cuidado bigote aún mantenía las rubias tonalidades, mezcladas con blancas hebras, algo manchadas por el humo del cigarro puro, frecuentemente mordido.
Vestía pulcra camisa blanca, de cuello desmontable, que anudaba una rara corbata prendida con alfiler, adornado por un brillante. La chaqueta, sin abotonar, dejaba entrever oscuro chaleco, dividido por medianos bolsillos y cruzados por gruesa cadena de oro, sosteniendo el reloj, del mismo metal, que consultaba de vez en vez.
Pantalón caqui, apropiado para montar, ajustado por marrones y brillantes botas altas, completaban su atuendo personal.

Durante la entrevista, Mr. Berry le dio a conocer el complejo funcionamiento del establecimiento minero, el lugar que ocuparía en el escalafón del Staff, así como el trabajo que desempeñaría en el Filón Sur de la extracción, capataces y obreros que quedarían bajo su mando, vivienda asignada en Bella Vista y, por supuesto, lo que se esperaba de él, en el ámbito social. No olvidó matizar, sobre esto último, que su conducta debería ser, en la colonia, la de “ todo un caballero”.
Finalmente, se hacía presumir en el Director, al inflexible negociador, cuya voluntad era de obligada obediencia y cumplimiento, so pena de contraer su peligrosa enemistad.

2 comentarios:

  1. Al siguiente día de su entrevista con el Director, Mark se incorporó a su destino a las 6 horas de aquella mañana, ciñéndose al inflexible horario que regía en todo el establecimiento minero.
    La panorámica que se ofrecía a su vista, desde el primer nivel donde lo contemplaba, era algo más que espectacular. Las bancadas de la Corta Sur ó, llamada comúnmente, Corta del Pueblo, comenzaban a mostrar sus distintos coloridos saludando a los madrugadores rayos del sol naciente.
    La mirada se detenía, ora en las máquinas de vapor transportando continos (vagonetas) de mineral, ora en los numerosos trabajadores, cargándolas; saneadores colgados desde niveles superiores pendiendo de gruesas maromas, martillos automáticos y, sobre todo, los diferentes sonidos emanados del enorme anfiteatro que, se abría a las faldas del llamado Cerro de Salomón.

    Paulatinamente iba haciéndose con el cometido de su departamento, a la vez que familiarizándose con el idioma castellano que tan preciso le era.

    Escasamente, al mes de su llegada, recibió en su casa de Bella Vista, la llamada telefónica de Mrs. Penny comunicándole la noticia del suicidio de otro Ingeniero inglés, quien se había descerrajado un tiro en su propia casa.
    Ocurrió un día de junio cuando en el pueblo “los nativos” celebraban una pintoresca fiesta, introducida por los trabajadores portugueses, llamada “el Pirulito”. Nadie podía dar explicación a este lamentable suceso, pero ella creía estar en lo cierto echando toda la culpa al endemoniado licor que se fabricaba en la vecina Zalamea.
    La Sra. se esforzaba en hacer creer a toda la colonia que el desafortunado compatriota había salido de su casa para dar un paseo nocturno y, casualmente, algún trabajador, conocido por el suicida, le invitó a conocer “el Pirulito” donde debió ingerir demasiado “aguardiente” lo cual le produjo desequilibrio mental.
    Como el pobre inglés tenía sellada su boca por el plomo, nada se aclaró.
    Lo que sí intuía la gente sensata de la colonia era que, Mrs. Penny conocía muy a fondo toda la verdad que motivó el luctuoso suceso que se pretendía ahogar en alcohol, pero jamás salieron de su boca otros comentarios que no fuesen su teoría inicial. Quizás fue la única ocasión de su vida en la que se mostró prudente.
    El funeral oficiado en la capilla presbiteriana, servido por el Rvd. Reynold, éste le introdujo el versículo de San Lucas, 8.17 (“Nada hay oculto, que no haya de ser manifestado”…et.)
    Únicamente un imperceptible pestañeo alteró el rostro de Mrs. Penny al escuchar el sermón.

    Aunque las múltiples versiones del suceso fueron apagándose según pasaba el tiempo, pesimista pasaban los días para los ingleses residentes en Bella Vista é, igualmente, para los que vivían en la calle Méndez Núñez, barrios de San Dionisio, Vista Alegre, Naya y Marín quienes leían los periódicos, llegados desde Inglaterra, con noticias del desarrollo de la terrible guerra en la que se extendían frentes tan dispares como, Gallipoli, Somme, Verdun, Marne, etc. y donde participaban compañeros de la Rio Tinto Company Ltd.

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  2. Tampoco estaban exentos de preocupaciones los trabajadores del establecimiento minero.
    En España, -aunque neutral en el conflicto bélico- se dejaban sentir sus repercusiones económicas y, concretamente en Rio Tinto, la carestía de los alimentos de primera necesidad se hacía insostenible en relación con los jornales devengados por la mayoría obrera.
    Cierto que la Compañía intentaba enmascarar los salarios pagados a sus empleados, con la moderada reducción de los artículos vendidos en sus propios almacenes, pero esas medidas no eran suficientes para mitigar el generalizado malestar de estos, cuya situación económica suponía pesada carga aprovechada por el sindicalismo más audaz, instigando a la clase proletaria a exigir mejoras más justas, en ocasiones, de forma no pacífica.
    Era evidente que la intransigencia de Mr. Barry, en sus escasas reuniones con los representantes de los Sindicatos, a quienes se negaba a reconocer como tales, excitaban los ánimos y proyectaban aversión general sobre él y su Staff. Prueba de ello, es que había sido agredido el año anterior, con el resultado de muerte el Jefe de los Talleres, Mr. Lindon, por un desempleado, al negarle colocación en la Empresa.
    En fin, todo era propicio para enrarecer un clima de creciente inestabilidad en la zona.

    En la amplia remembranza de los anteriores años vividos, Mark, observó como el cigarrillo se consumió é, igualmente notando que, al correr de la mañana subía la temperatura, de manera indolente, abandonó la marquesina adentrándose en el interior de la vivienda.

    Acostumbrado a vivir su soltería sin preocupación de detalles domésticos, de los cuales siempre se habían ocupado sus sirvientes, nunca reparó en las casas que habitó.
    Fue, precisamente en esta de Bella Vista, en la que la cocinera Emeteria (nombre con el que, probablemente, recae el castigo hacia los hijos no deseados) y Elvira, gobernaban, según su buen hacer y entender.
    Eme, -que así le llamaban las almas caritativas, al dirigirse a ella- era oriunda de Lugo y con 4 hijos a su cargo, se veía en la necesidad de trabajar, para complementar el jornal de los dos mayores que sí lo estaban, aunque los ingresos como pinches,
    escasos.
    Su especialidad culinaria era el pote gallego, que a falta de grelos, sustituía con repollo y, sobre todo, una peculiar especie de pollo al curry, menú que al ser conocido previamente por los invitados a degustarlo, salvaba a los anfitriones de cualquier casa donde ella cocinara, de contraer futuros compromisos.
    Por lo demás, era una buena mujer cuya única obsesión la ocupaba la limpieza de SU cocina.

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