miércoles, 13 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" XVII

Se trataba de Mr. y Mrs. Lowers, Jefe de la Agencia de Trabajo y su esposa.
Este último personaje desempeñaba el muy controvertido puesto político en la Compañía, junto al Director, de cara a los elementos laborales, sindicales y municipales.
Individuo de mediana estatura, escaso cabello, rictus no agradable de boca, gruesas gafas de pasta y constante mirada de reojo, parecía siempre temeroso de un indeterminado ataque.
La apariencia de su señora era muy corriente y poco atractiva, vestía con tan dudoso gusto, que podría ser ignorada hasta por el más solícito y amable tendero de cualquier comercio de ultramarinos.

Antes de pasar al comedor, fueron servidos sendos whiskys a los caballeros y jerez a las dos damas, ocasión que aprovechó la señora del Director para rogarle a Mr. Lowers se interesase por el trabajo que ella había pedido al capataz de la Carpintería, reflejado en una nota, cuya copia le mostró y él leyo, decía: “ Sr. Centeno, haga Vd, el favor de enviar a un carpintero a nuestra cuadra, a fin de que construya separadores entre los comederos, para evitar que los caballos se miren unos a otros. Muchas gracias.”
Tan interesante charla, fue sazonada con el añadido de qué piensos serían más convenientes para poner en los comederos de los caballos, si alternar las algarrobas con habas secas ó, tal vez, sólo cebada y paja.

Consumido el primer plato de berzas, compuesto de bien hervidas patatas, con acelgas y nabos, dejando patente la insipidez del mismo, Mrs. Lowers, en tono muy sincero, pidió a Mrs. Berry felicitase a la cocinera por su labor. Se supone sería hipertensa y agradecía, con su deseo, la ausencia de sal (¿?)
El cordero frio que seguía al primero –por supuesto con guarnición de guisantes hervidos, igualmente- dio paso a la intervención del Director.

Sin dirigió, sin más preámbulos a Mark, para expresarle (el tic nervioso le sacudió antes, 3 veces el cuello) su reconocimiento no sólo por el trabajo desempeñado en la voladura de la Iglesia, sino también, por el que estaba realizando en la Corta. Naturalmente, eran satisfactorias las medidas que había adoptado para reducir los accidentes de los trabajadores, al dotarles de anchos sombreros de fieltro que, generosamente pagaba la Compañía, además de hacer traer del Pilar de la calle Méndez Núñez, barriles de agua fresca para que la bebiesen, en sustitución de la que antes tomaban de la tubería de Quebrantahuesos y que, también, la Compañía pagaba a los aguadores que con sus borricos la acercaban a los tajos.

1 comentario:

  1. Aunque jamás había escatimado esas “importantísimas mejoras”, esperaba que en la presente circunstancia, en la que ya no representaba obstáculo el avance de la Corta, al haber caído la Iglesia, tomaría impulso el estudio de ingeniería para aumentar el rendimiento productivo.
    Enfáticamente, precisó lo peculiar que resultaba, según le había informado en varias ocasiones, Mr. Lowers, el descenso de castigos que se había observado en el personal obrero de la Corta Sur, a pesar de que aquellos trabajadores eran renuentes a un correcto comportamiento.
    Suponía, podría atribuirse al, todavía, poco conocimiento de Mark hacia aquellos individuos y, por supuesto, a la benevolencia del mismo, influido por su leal observancia de la fe cristiano-protestante, recibida de sus buenos antepasados en Escocia….
    No obstante y, aún respetando la autonomía de los Jefes de sus Departamentos, “sugería” estrictas medidas disciplinarias, ante comportamientos irregulares. Su propia experiencia le había demostrado que era la solución ideal ante díscolas actitudes.

    Mark dio muestras de respetuosa atención al superior y, en un involuntario movimiento, creyó captar en el silencioso Jefe de la Agencia, una hipócrita sonrisa de adulación sobre los comentarios del Director. Aquella mueca, muestra de reiterado servilismo, fue ignorada por él, pasando a agradecer los elogios vertidos a su persona y exponiendo su punto de vista, en el trato que solía aplicar a sus subordinados que, con matices, lamentaba no compartir, ” pero apreciando muy sinceramente las sugerencias que se le hacían”.
    Momentáneamente, sólo se oyó en el comedor un levísimo carraspeo escapado de la garganta de Mr. Lowers, que pareció dejar más helado aún, el casi apurado plato de cordero.

    Oportunamente y, con toda probabilidad acostumbrada a intervenir en situaciones similares, Mrs. Barry, comentó el extraordinario descubrimiento que había hecho la víspera anterior, al observar como una pareja de abubillas intentaba anidar en el mayor árbol del jardin.
    La sorprendente noticia, tan grata para la dama, dio un giro al gélido ambiente, insuflando algo de calor y hasta haciendo apetecible el inevitable budín de limón que, seguidamente, se sirvió.
    Animada por su acertada intervención, la anfitriona no cedió la conversación y aprovechó la degustación de café y consiguiente copa de brandy, para suplicar a Mr.
    Barry, su esposo, una original petición: “¿Por qué no se pedía a toda la colonia (mediante circular) recluyesen a sus gatos en lugares donde no pudiesen penetrar en el jardín de la Casa de Consejo? Al fin y al cabo, aquél debería ser el santuario donde los singulares pajarillos podrían reproducirse”… ¡Al menos, Mrs. Lowers, lo encontró razonable¡….

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