lunes, 1 de febrero de 2010

"Aquel joven escocés" XXVIII

Pasadas un par de semanas, Mark constató un singular enrarecimiento en el reducido entorno en el que se movía en Bella Vista.. No era miembro asiduo del Club y en contadas ocasiones acudió a los servicios religiosos de la Capilla, cuyo ritual difería de la Iglesia Reformada Escocesa, en la que fue educado.
No tuvo que esforzarse para concluir el motivo de la toma de postura de sus compatriotas e intentó anticiparse a cualquier sinsabor que le fuese causado a Elvira, eje de su recién estrenada felicidad. Sin dudarlo, pidió una entrevista con Mr. Barry.
En ella le informó de de su intención de marchar a vivir fuera de Bella Vista, “por razones personales”, por consiguiente, dejaba el bungalow a su disposición.
El sustraer el posible futuro motivo de represalia al Director,, aumentaba en éste su resentimiento hacia él, pero hizo un sobrehumano esfuerzo.
Sabía Mr. Barry cuánto se valoraba en Londres al Ingeniero que dirigía la Corta y, hubiese sido torpe poner trabas para provocar una indeseada dimisión a quien, en el campo laboral, nunca presentó problemas de tipo técnico. De modo que, hipócritamente, argumentó la escasa comodidad que podría encontrar fuera del barrio inglés, pero respetando “las razones personales” expuestas, “lamentaba” la decisión tomada.
MacGregor, a quien no escapó la doblez de intenciones de su superior, respondió matizando que, en sus preferencias personales, tenía prioridad la comodidad espiritual a la material.
Así, Elvira y Mark, marcharon a vivir a una antigua y hermosa casa en Zalamea desde la que él se desplazaba, diariamente a su trabajo, en el ferrocarril de la Comp. respirando aires de libertad y ocupando sus horas libres en cultivar el espléndido jardín-huerto que poseía la casa, alternándolas, a veces, con paseos por el no lejano lugar del Romerito.

No fueron muy tolerantes, con el proceder de McGregor, sus compatriotas de la colonia.
Había ignorado el stablishment de la sociedad a la que pertenecía y eso no obtenía fácil perdón.

1 comentario:

  1. Allí estaban en compacta formación un nutrido batallón de señoras, (no todas) al frente y como portaestandarte, figuraba Mrs. Penny, aunque ella misma se autoinculpaba de haber actuado, semejante al motor que impulsó todo aquél desvarío.
    Pero, ¿Cómo iba a pensar, en su buen hacer, que todo un joven ingeniero, además británico, perdería la cabeza por una chica de servicio? …porque aunque tuviese atractivo físico, igual podría encontrar semejaza en cualquier lugar de su país.
    “!Pobre chico¡ Yo espero que en pocos meses, todas tendremos que oír el arrepentimiento de él, pues, si bien no recuerdo los años que hace casé con el cómico…!Oh, sorry¡…quiero decir, químico, Mr.Penny. jamás lo hicimos de forma tan precipitada. A no ser que Elvira….”

    “!Oh, no, querida¡ Mr. MacGregor nunca haría eso…” Dijo con rotundidez, Mrs. Lucy Taylor.

    Mrs.Trury, siempre indiscreta e incontinente, casi atragantada con el sorbo de té que degustaba, intervino para rebatir a la cuarentona Mrs. Taylor:
    “No debemos decir eso de nunca sobre nuestros hombres. Acuérdate del caso de Mr. Barry, que aún estando casado, tiene un hijo con una española y nadie puede negar el enorme parecido del chico con el papá, pues hasta tiene el clic en su cuello”.

    “Por favor, Mrs. Trury, esas cosas pasan, pero al fin y al cabo, todo quedó arreglado convenientemente. Mr. Barry indemnizó generosamente a la chica y ésta marchó a vivir fuera del distrito. Incluso a un hermano de ella lo colocó de Guarda en la Compañía, ¡No, señora, todos estos asuntos no son iguales¡. El pobre Mr. Barry sufrió con todo aquello, pero tuvo el acierto de darle solución adecuada•”. Adujo Mrs. Penny. “De todas maneras, debemos poner término a estos….”. Calló al aproximarse Mrs. Reynolds, esposa del Capellán de Bella Vista, mujer ecuánime y de probada rectitud, poco amiga de comidillas que, en la mayoría de ocasiones acompañaban a las pastas del té.

    Tampoco había caído en el olvido el “caso MacGregor• para el Director Gral, pero asuntos prioritarios obligaban a su aparcamiento.

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