miércoles, 27 de enero de 2010

"Aquel joven escocés" XXV

Todo quedó roto al ser imposible para la caballería caminar algo más. Se apearon a fin de comprobar qué remedio podían aplicar al lesionado animal. Hicieron todo lo posible para averiguar el daño que sufría sin encontrar solución y, viendo no llegarían andando para disfrutar del comienzo del festejo, resolvieron tomar un aperitivo “in situ” en tanto pasara alguien que pudiese ayudarles.
Lejana aún la primavera, el invierno estaba siendo benigno y el día se mostraba pleno de luz y sol con agradable tibieza. La tierra, cubierta por gruesa capa de hojarascas de eucaliptos y pinos, a cuyo alrededor se encontraban peñascos de poca altura, fueron elegidos para el obligado alto en el camino.
El joven ató la caballería a un árbol, en tanto dedicaba un leve recuerdo a Mrs. Barry al observar el revoloteo de una pareja de vistosos abejarucos que anidaban en el pequeño talud de un semiseco arroyo.
A fin de hacer más cómodo lo que suponía un breve descanso, desplegaron la manta de la montura sobre el lecho de hojas y, Elvira, sacó algo de queso y frutas del portaviandas.

Ya de rodillas, ambos, ignoraron el comienzo de la comida y, sin saber por qué, se encontraron sus miradas, quedando sus cuerpos inmóviles, olvidados de todo el entorno más próximo, sin escuchar el relincho del caballo, el cántico de los pajarillos ni el rumor de la brisa agitando suavemente los árboles.
¿Cuánto duró?...En aquellos momentos el tiempo tampoco contaba, pero la concatenación natural se sucedió con la fuerza que la juventud imprime a los amores deseados y generosamente compartidos, tan sujetos a las leyes de la naturaleza, anulando la mayoría de las veces, razonamientos de todo tipo….

Posiblemente transcurrieron horas, que a los dos debieron parecerles un soplo, alteradas únicamente, por el sonido de un campano de pesado animal. Así era, pues con cansino paso, se aproximaban unas reses conducidas por el pastor.
Pidiéronle ayuda y el hombre, examinó la pata del caballo encontrando la causa de la cojera. Una dura piedrecilla de blanco pedernal se había introducido entre la herradura y pezuña que, luego de ser extraída, liberó de molestias al cuadrúpedo.
El agradecido Mark, introdujo en el chaleco del pastor una moneda de 5 pesetas. ¡Era el sueldo de 2 días de aquél hombre¡

No les apetecía nada más que estar juntos y lo acaecido en esas…¿dos…tres, horas?
había sellado una unión, no sólo de cuerpos, si no de fuerte identidad que ya sería difícil de quebrar. Se consumó un matrimonio ante y por la omnipresente voluntad de Dios, que eligió como templo apropiado, no cubierto, el cielo azul sobre silencioso campo, sustituyendo los acordes del órgano, por el canto de las avecillas multicolores que, así mismo, oficiaron de recatados testigos.
Impelidos por el avance del atardecer y, como quiera que los festejos habrían concluido, optaron por regresar, percibiendo ambos, mientras cabalgaban, una desconocida serenidad.

1 comentario:

  1. Al llegar a casa, Elvira, un tanto nerviosa por los acontecimientos del día, entró en la cocina (Eme estaba libre de servicio) y tomó su delantal.
    No llegó a colocárselo, puesto que Mark que la seguía, lo quitó de sus manos diciéndole: “Nunca mas te pondrás esta prenda, porque desde hoy eres ya mi mujer y señora de esta casa. A la noche y siempre, dormirás junto a mi y, como quiera que nuestro matrimonio no puede llevarse a cabo, por profesar diferente religión, la haremos de manera civil, formalizándola en el Juzgado de Nerva ó Zalamea, lo antes posible”.

    La integridad del muchacho le hacía sentirse, -desde lo acaecido en el campo- desposado, haciendo suya la cita bíblica del libro de los Proverbios, 5.18-19

    Al día siguiente, el guardiña del barrio inglés le hizo entrega de una carta en la que era convocado para una entrevista con el Director.
    A ella acudió, en la creencia de que habría novedades sobre su trabajo. Mr. Anderson, Secretario de Mr. Barry, le hizo pasar al despacho de éste quien, con forzada sonrisa, le invitó a tomar asiento y, contra costumbre, no consultó el reloj.
    El ladino gestor, -no era técnico minero y sí cualificado administrador- comenzó felicitándole por los éxitos obtenidos en la producción, de cuyo espectacular resultado había tomado nota la Comisión del Consejo, en la reciente visita girada a la Mina y disponiendo fuesen aumentados sus honorarios hasta £550/año, salario poco común entre los demás empleados.
    Le manifestó, además, su apreciación personal y la satisfacción que sentía al contarle dentro de su “Staff, …si bien, le preocupaban ciertos comentarios que se hacían últimamente en la colonia por la familiaridad y excesiva confianza mostrada con su sirvienta, asistiendo a una fiesta popular en Zalamea. Entendía que los jóvenes británicos sintiesen ganas de divertirse, comprendiendo que al no haber chicas solteras de la misma comunidad, en Bella Vista, tuviesen que buscar atracciones, a veces inapropiadas, en ese otro círculo exterior, pero ¡claro¡ siempre de forma discreta y sin comprometer la honorable reputación inherente al resto de su propia comunidad. Por ello, sugería –era lo más adecuado, cuando estallaba una tormenta en taza de té- dado que mucha gente les vió marchar juntos a la repetida fiesta, despidiese a la criada con la excusa que mejor le viniese en gana.

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