Tras dos minutos de interminable silencio –al menos, así le pareció al Director- Mark, levantó la vista del documento y, pausadamente, respondió:
“Mr. Berry, veo con sorpresa en esa lista nombres de –no todos- pero, sí 23 hombres a los que tengo conceptuados como trabajadores muy cualificados y eficientes en sus deberes. Sería muy perjudicial para el interés de la Compañía, prescindir de ellos, al tratarse del desempeño de labores extractivas que requieren prácticas de años.
Por otra parte, puedo asegurarle que, hasta la fecha, ni mis capataces, ni yo mismo, hemos detectado faltas graves en ninguno de ellos. Si hubo alguna ocasión en que la maquinaria o herramienta manejada no lo fue adecuadamente, la corrección del capataz de turno fue aceptada, sin más.
Yo, también, lamento muchísimo, no tener información extra-laboral, pues como conoce, esa llegaría por conductos ajenos a la profesión de cada cual y, en cambio, mi trato con ellos, se limita al que me proporciona su propio trabajo.
Desconozco las mejoras que solicitan pero, si le sirve para su gobierno, puedo añadir que cuando inspecciono los tajos, en horas de comidas, observo que su alimentación es deficiente y escasa, aunque no estoy en condiciones de juzgar si ello está en función de los jornales asignados”.
Sus manifestaciones no pudieron ser peor recibidas. Ya había sido demasiado indulgente el Director al consentir “veleidades del género sentimentaloide”, pero no podía permitir, en tales circunstancias, se abriese mínima fisura en lo que él deseaba constituyese compacta formación en su más inmediato entorno.
¿Qué hacer con él?. Ante Londres, no podía atribuirle nota negativa que encontrar en su trabajo, puesto que la Comisión del Consejo, en pasada visita, apreció su labor y eficaz sistema de dirigir la Corta. Tampoco en su vida doméstica que discurría de forma ordenada y, según le informaban desde Zalamea, su trato se reducía a cambiar puntos de vista, con el jardinero, para mejorar el cuido del huerto, etc., siendo muy significativo el creciente afecto que suscitaba el matrimonio por su trato y ayuda que recibían las personas necesitadas, del pueblo, que a ellos acudían en solicitud de socorro.
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Hace 5 meses
En lo concerniente a la Mina y transcurridas dos semanas, después de la entrevista
ResponderEliminardel Director con Mark, el Sindicato, fuertemente arraigado en los trabajadores e impulsado por sus dirigentes, con cuartel general en Nerva, no habiendo conseguido ninguna de las mejoras solicitadas y, ante la intransigencia de Mr. Barry, convocaron una huelga en el servicio del ferrocarril. Entre otros, era uno de los servicios más sensibles para el funcionamiento del establecimiento minero.
Al producirse dicha perturbación, Mr. Barry decidió despedir a 45 obreros empleados en la línea férrea pero, la expeditiva medida enfureció a gran parte de trabajadores, que, a continuación se sumaron a la actitud de los castigados.
En Zalamea, al igual que en los pueblos limítrofes de Rio Tinto, se seguían las incidencias de la huelga con muchísima atención, al haber numerosas familias del lugar que dependían del trabajo en la Mina.
Además, el ramal del ferrocarril que la conectaba con la red de la Compañía, quedó igualmente paralizado.
Mr. Barry y sus adictos reclutaron a los esquiroles que pudieron, a fin de activar ese vital medio de transporte, consiguiendo organizar un tren que, partiendo de la Estación de El Coso, llegase a Zalamea y en el que viajaban unas parejas de la Guardia Civil y 15 guardiñas armados, comandados por el imprescindible, Don Segundino Botavieja, no pudiendo llegar a la estación de El Campillo, donde sentados en las vias y provistos de escopetas de caza, algún que otro revolver y hasta palos, esperaban entre 50 a 70 huelguistas opuestos al avance del tren.
Se llegó a la violencia física, sufriendo heridos, ambos bandos, de mediana importancia.
Como consecuencia de la gravedad de los acontecimientos, Mr. Barry reunió a Jefes y Capataces británicos para sostener un cambio de impresiones, en el Club.
Mark fue convocado, mediante nota escrita, entregada en su domicilio, por un guardiña que se vió obligado a realizar el camino a pié.
Obviamente no pudo asistir puesto que el ferrocarril no funcionaba. Tampoco tenía la posibilidad de hacerlo sobre caballería con riesgo de ser descubierto por los piquetes de huelga, poniendo en riesgo su integridad física.