Era el motivo en el que se fundamentó el Sr. Director General para, nada más terminada la reunión, enviarle una misiva comunicándole su irrevocable despido.
Si bien Mark no justificó la ausencia, tampoco habría sido escuchada, puesto que la inicua decisión, en todo caso, ya estaba madurada. Así ejercía su inapelable, autoridad, el prepotente directivo.
En el escaso mes de inactividad a que se vio sometido, encontró comprensión, devoción y redoblado cariño en Elvira, evitándole cualquier pensamiento negativo que le asaltase. La compenetración era tal que, aquel revés del destino les hizo profundizar, aún más, en el amor que ambos se profesaban.
La tristeza por la injusticia que, en el ámbito laboral, aquejaba a Mark, se tornó esperanzadora al recibir carta de sus amigos los Swason, desde Gibraltar.
A Edward Swason hacía dos meses le habían trasladado a un alto puesto en el Gobierno de la colonia y próximas a comenzar importantes mejoras en el puerto, necesitaban un ingeniero, no militar, para dirigirlas. Conocedor de las dificultades por las que pasaban las Minas, decidió ofrecerle el empleo a Mark, sin sospechar que con ello ponía en manos de un naufrago el cable más preciado
Hacia allá marcharon, dejando atrás las rojas tierras de Rio Tinto, con sus agrestes y coloridos paisajes, el “impermeable” muro de Bella Vista, la paz del huerto y jardín de Zalamea y, sobre todo, los anacrónicos convencionalismos que encorsetaban ideas y formas de vivir de dos personas que, en momentos ideales para sus vidas, procedieron con arreglo a la ley de la naturaleza e inevitables sentimientos, marginando absurdas imposiciones sociales.
El tiempo, cual velo que cubre, -entre muchas más cosas- los humanos comportamientos, actuó como notario del recuerdo que ambos dejaron de su paso por Rio Tinto, donde los mayores, todavía guardan memoria de la joven pareja que optó por propia manera de vivir, prescindiendo de nacionalidad, diferenciadas creencias religiosas y encasillamiento social, sin validez, todo ello, ante el profundo amor de ambos, sólo con su buen hacer y el temor a Dios, de cuyo sentimiento emana la sabiduría. (Proverbios. 1,7)
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